Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
(A las siguientes invocaciones se responde: «TEN PIEDAD DE NOSOTROS»)
Dios, Padre Celestial,-… TEN PIEDAD DE NOSOTROS
Dios Hijo, Redentor del mundo,-…
Dios, Espíritu Santo,-…
Santísima Trinidad, que eres un solo Dios…-
Corazón de Jesús, Hijo del Eterno Padre, -…
Corazón de Jesús, formado en el seno de la Virgen Madre por el Espíritu Santo,…
Corazón de Jesús, unido sustancialmente al Verbo de Dios,…
Corazón de Jesús, templo santo de Dios,…
Corazón de Jesús, tabernáculo del Altísimo,…
Corazón de Jesús, casa de Dios y puerta del cielo,…
Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad,…
Corazón de Jesús, santuario de la justicia y del amor,…
Corazón de Jesús, lleno de bondad y de amor,…
Corazón de Jesús, abismo de todas las virtudes,..
Corazón de Jesús, digno de toda alabanza,…
Corazón de Jesús, formado en el seno de la Virgen Madre por el Espíritu Santo…
Corazón de Jesús, unido sustancialmente al Verbo de Dios…,
Corazón de Jesús, templo santo de Dios,…
Corazón de Jesús, tabernáculo del Altísimo,…
Corazón de Jesús, casa de Dios y puerta del cielo,…
Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad,…
Corazón de Jesús, santuario de la justicia y del amor,…
Corazón de Jesús, lleno de bondad y de amor,…
Corazón de Jesús, abismo de todas las virtudes,…
Corazón de Jesús, digno de toda alabanza,…
Corazón de Jesús, Rey y centro de todos los corazones,…
Corazón de Jesús, en quien se hallan todos los tesoros de la sabiduría, y de la ciencia,…
Corazón de Jesús, en quien reside toda la plenitud de la divinidad,…
Corazón de Jesús, en quien el Padre se complace,…
Corazón de Jesús, de cuya plenitud todos hemos recibido,…
Corazón de Jesús, deseado de los eternos collados, …
Corazón de Jesús, paciente y lleno de misericordia,…
Corazón de Jesús, generosos para todos los que te invocan,…
Corazón de Jesús, fuente de vida y santidad,…
Corazón de Jesús, propiciación por nuestros pecados,…
Corazón de Jesús, triturado por nuestros pecados,…
Corazón de Jesús, hecho obediente hasta la muerte,…
Corazón de Jesús, traspasado por una lanza,…
Corazón de Jesús, fuente de todo consuelo,…
Corazón de Jesús, vida y resurrección nuestra,…
Corazón de Jesús, paz y reconciliación nuestra,…
Corazón de Jesús, víctima por los pecadores,…
Corazón de Jesús, salvación de los que en ti esperan,…
Corazón de Jesús, esperanza de los que en ti mueren,…
Corazón de Jesús, delicia de todos los santos,…
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo -perdónanos Señor
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo -ten piedad de nosotros.
Jesús, manso y humilde de Corazón -haz nuestro corazón semejante al tuyo.
La finalidad de la devoción al Sagrado Corazón es amar a Jesús con un amor ardiente y tierno, por lo que es necesario tener el alma en gracia, así como un gran horror a todo tipo de pecado, pues el pecado es incompatible con este amor.
El Sagrado Corazón, que es el origen de toda pureza, aunque se hable y se obre por su amor y por su gloria, si no se vive la pureza se le deshonra.
Todas las almas que aspiran a conseguir una verdadera devoción al Sagrado Corazón de nuestro Señor Jesucristo son almas que anhelan ser amadas por Él, y para ello han de amarlo de un modo más íntimo que el resto de los fieles. Pero, si no sienten pena por cometer pecados veniales deliberados y se cuidan solo de preservarse de los mortales, no deben esperar gustar las dulzuras inexplicables con las que Jesús colma a los que de verdad lo aman.
Una fe tibia jamás produce amor. Aunque todos confiesan que Jesucristo es infinitamente amable, pocos le aman porque no creen como conviene en las obras en que se nos ha manifestado su amor. ¿Qué amor no tendríamos a nuestro amable Redentor, a nuestro único Rey y a nuestro único Juez, disfrazado bajo las especies de pan y de vino, si creyésemos sinceramente que allí está, o por lo menos lo creyéramos con una viva fe?
El tiempo, cuando se está con la persona amada, vuela. Entonces, ¿por qué un cuarto de hora delante del Santísimo Sacramento nos cansa tanto?
Jesucristo está entre nosotros de la misma manera en que estaba en Nazaret entre sus parientes, sin que le reconocieran y sin hacer entre ellos los milagros que hacía en otras partes. De la misma suerte, nuestra ceguera y nuestra mala disposición para recibir a su Majestad nos impiden ver y sentir los admirables efectos con que favorece a los que Dios encuentra con buenas disposiciones.
¿Cómo no nos conmueve el olvido de Cristo en el Santísimo Sacramento, donde tan pocos lo visitan?; y cómo, tampoco, ¿nos conmueven los ultrajes que sufre por parte de aquellos mismos que dicen creer en Él? Se debe a que la fe de los cristianos es, verdaderamente, débil en este punto. Es, por tanto, necesario tener una fe viva para así conseguir este ardiente amor por Cristo en el Santísimo Sacramento; y, así mismo, para sentir los ultrajes y para tener finalmente una verdadera devoción a su Corazón adorable.
Nos ayudará, para este propósito, realizar todo tipo de buenas obras, orar con recogimiento y, en nuestras oraciones, pedir a Dios que nos aumente la fe.
La fe viva y la pureza de corazón van de la mano con un apasionado amor a Jesucristo o, al menos, un sincero deseo de amarlo de esa manera.
Para encontrar un corazón listo para arder en las llamas del amor divino, es necesario purificarlo primero con ese ardiente deseo, que no solo prepara nuestro corazón, sino que también motiva al Señor a encender en él ese sagrado fuego.
Anhelemos verdaderamente amarlo, ya que este deseo es siempre efectivo y Jesucristo nunca ha negado su amor a quienes realmente lo desean.
Es cierto que este deseo es una disposición tan propicia para obtener un amor ardiente a Jesucristo. Entonces, ¿por qué hay tan pocos que lo aman así, a pesar de que todos creen poseer esta disposición? Es debido a que nuestros corazones están dominados por el amor propio.
A menudo, lo que consideramos un «deseo de amar a Jesucristo» es en realidad una simple especulación y un conocimiento ineficaz de nuestra obligación de amarlo. Es un acto de la mente y no de la voluntad, y muchos creen que este mero conocimiento, que es común a todos los que reconocen los beneficios recibidos, es un verdadero deseo de amar a Jesucristo.
Reflexionemos sobre la intensidad de nuestros deseos hacia cualquier cosa que anhelemos con fervor. Nuestras almas se ven completamente absorbidas por ello: no pensamos ni hablamos de otra cosa, buscamos constantemente los medios para alcanzarlo.
Todo lo demás pasa a un segundo plano, incluso el sueño. ¿Y nuestro deseo de amar a Jesucristo ha generado en nosotros alguna acción similar? Quizás amamos a Jesús solo un poco y nos engañamos creyendo que deseamos su amor.
El verdadero deseo de amar a este divino Salvador se asemeja mucho al verdadero amor y debería producir efectos similares.
Quien esté lleno de amor propio, en verdad, no desea amar profundamente a Jesucristo, pues en realidad lo ama muy poco.
Existe un gran riesgo de que estos deseos estériles de amar a Jesucristo que a veces experimentamos sean solo pequeñas chispas de un fuego medio apagado e indicios reales de la tibieza en la que vivimos.
Dios no se deja casi sentir entre el bullicio. Y un corazón entregado a todos los objetos, un alma que está continuamente derramada en lo exterior y ocupada con preocupaciones superfluas y pensamientos inútiles, no está en condiciones de oír la voz de Aquel que no se comunica a las almas ni les habla al corazón sino en la soledad: «Yo mismo la seduciré, la conduciré al desierto y le hablaré al corazón» (Os 2, 16).
No se puede mantener la lucha para amar a Jesús con constancia sin recogimiento interior. Jesucristo se nos comunica de un modo particular por medio de esta devoción y, por eso, es menester hallarnos en paz, apartados del aprisionamiento y del tumulto de las cosas exteriores, y en condición de escuchar la voz de este amable Salvador y para gustar las singulares gracias que hace a un corazón libre de toda preocupación y que no quiere ocuparse nada más que de Dios.
Este recogimiento interior es el fundamento de todo el edificio espiritual de las almas, de modo que sin él es imposible adelantar en la perfección. La razón es que, para adelantar en la perfección, es necesario unirse más y más con Dios. Se puede decir que el origen de nuestras imperfecciones suele ser la falta de recogimiento y de atención sobre nosotros mismos. Esto es lo que detiene a tantas almas en el camino de la virtud, y esta es la causa de que el alma no halle casi ningún gusto en las prácticas de piedad.
Jamás un hombre poco recogido fue muy devoto. ¿A qué se debe, decía un hombre santo, que tantos religiosos y tantas personas buenas, de buenos deseos y que al parecer hacen todo lo que deben para llegar a ser santos, sacan – no obstante – tan poco fruto de sus oraciones, de sus comuniones y de los libros que leen y, después de haberse ocupado en tantos ejercicios de la vida espiritual durante años, apenas se conoce que hayan aprovechado algo? Todo esto procede del descuido en guardar el corazón y en conservarse en recogimiento. Estos descuidan su interior y se entregan demasiado a lo exterior. De aquí nace el que cometan una infinidad de faltas: el hablar sin consideración, el dejarse arrastrar a lo loco por los instintos, por los impulsos incorrectos y por acciones puramente naturales. No les sucedería esto si se preocuparan de arreglar su interior y si pensasen un poco en cómo es el trato con sus prójimos para impedir que las pasiones que se alimentan en un tipo de incoherencia como esta no se fortalezcan tanto más peligrosamente cuanto se disfrazan bajo pretexto de celo y de virtud.
Es preciso, pues, confesar que el recogimiento interior es tan necesario para amar perfectamente a Jesucristo y para aprovechar en la vida espiritual, que no adelantaremos sino en proporción a cómo lo vivamos.
El demonio, que conoce muy bien las grandes ventajas que sacamos de la paz interior y de la guarda del corazón, pone todo su empeño para hacernos perder este recogimiento. Cuando desconfía de poder quitarnos la paz en los ejercicios y en las buenas obras, se sirve de estas mismas buenas obras para obligarnos a dispersarnos en lo exterior y sacarnos, digámoslo así, de la trinchera donde estábamos defendidos de sus tiros. Un alma disipada es como una oveja sin rumbo y descarriada a la que pronto devora el lobo. Pero además de que esta presencia de Dios es una gracia que no siempre está a nuestra disposición, casi nunca tenemos la posibilidad de librarnos de tantas cosas exteriores que reclaman nuestra atención.
Cuando se dice que para actuar de modo recogido es importante que el alma no se ocupe mucho de las cosas exteriores, no hay que entender que nuestras obligaciones sean un impedimento para el recogimiento interior. Podemos trabajar con mucho recogimiento. Los santos que tuvieron una comunicación más estrecha con Dios, y que por eso vivieron mejor el recogimiento interior, se emplearon muchas veces en asuntos exteriores. Así lo hicieron los Apóstoles y todos los que trabajaron por la salvación del prójimo; sería un engaño creer que nuestras obligaciones son un estorbo.
Admirable es el provecho que se saca de la vida interior después de que se ha establecido en nosotros. Se puede decir que solamente estas almas gustan de Dios y sienten las verdaderas dulzuras de la virtud. Yo no sé si es efecto del recogimiento interior o es el premio del cuidado que se tiene por andar siempre unido a Dios. Pero lo cierto es que un hombre recogido posee la fe, la esperanza y la caridad en un modo tan sublime que nada es capaz de hacerlo vacilar… por medio del recogimiento es Dios mismo quien obra a través de este hombre… una persona recogida, atenta siempre a sí misma y a Dios, siempre está alerta contra los ímpetus del temperamento y contra los engaños del amor propio, y nada obra que no sea por Dios y según los impulsos del espíritu de Dios.
Es bien difícil vivir largo tiempo con recogimiento interior y no ser verdaderamente devoto, pues es cierto que la falta de devoción suele provenir de la falta de recogimiento. El medio para adquirirlo – y para conservar este don tan valioso – es tener un gran cuidado en los siguientes aspectos:
En fin, el recogimiento interior es un don de Dios y es necesario pedírselo muchas veces y pedírselo como disposición necesaria para amar ardientemente a Jesús. Esto hace eficaces todas nuestras oraciones.
La devoción a los santos que más aventajaron en esta vida interior puede servir para conseguir este recogimiento interior, como son la Reina de todos los santos, san José, san Joaquín, santa Ana, san Juan Bautista y, así mismo, san Luis Gonzaga de la Compañía de Jesús.